Muchos se han preguntado cómo podríamos terminar de una vez y para siempre con la violencia que azota nuestra zona. Todo esfuerzo parece en vano ya que después de un par de buenas acciones viene la barbarie. Siempre hay uno de nuestros estados en donde la violencia es el pan de cada día (si no son todos al tiempo). Uno de los grandes problemas es simplemente dar la espalda porque parece no afectarnos en primera instancia. Pero a la larga la violencia es una infección que afecta a todo aquel que convive con ella; una enfermedad que hay que atacar con la mejor medicina que tenemos a mano -la educación-. ¿Cómo es posible que a nuestro lado estén robando a alguien y en lugar de dar voces y pedir ayuda de otra gente solo nos alejamos donde no veamos el espectáculo? ¿Qué hay en una pelea o riña que hace que hagamos ronda y tomemos bando y hasta se hagan barras? ¿Qué les estamos enseñando a nuestros hijos en casa?
Yo le hablo a usted señor que patea los muebles en casa porque las cosas no salen a su gusto. Le hablo usted señora que comparte su vida marital delante de sus hijos con la vecina. Te hablo a ti, hermano mayor que vives transmitiendo amenazas a los más pequeños. Le hablo a usted señor profesor que se sabe describir en la cima del mundo a sus alumnos, pupilos que en un futuro lo verán desde arriba.
Todo empieza en casa y se complementa en las escuelas. No basta con arrepentirse los domingos en un lugar lleno de frustración, ¿Por qué ir a buscar en otros lugares lo que en casa puede crearse fácilmente? Esta es por supuesto una costumbre transmitida a Latinoamérica, en la cual se vive por el suelo moralmente (véase una definición de la palabra “moral” que no venga de una institución religiosa) y se pretende borrar la semana con una hora de sermón y quince minutos de oración. ¿Cómo estar en paz con dios cuando se vive una guerra interna? ¿Cómo se duerme en la noche si el día puede ser una total pesadilla?
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